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Hablamos del Lily Next Gen: el segundo intento de un dron que nunca estuvo destinado a triunfar.
Hemos de ser francos: cuando publicamos el vídeo sobre el Lily Camera, recordábamos su exitosa campaña de crowdfunding, así como su sonado fracaso comercial.
Si no llegasteis a ver el vídeo, podemos resumirlo en unas pocas líneas:
Unos compañeros de Berkeley idearon un dron en 2015 que llegó a recaudar 34 millones de euros sólo en preventas y a través de crowdfunding. Tras varios retrasos, en enero de 2017 anunciaron que el dron nunca vería la luz. La historia tiene más miga, así que si queréis saber más os invitamos a ver el vídeo y conocer los detalles de esta truculenta aventura. Como adelantamos, este no era el final de Lily.
La penosa historia tuvo una segunda parte igualmente mala
Lo que no sabíamos era que Lily todavía tenía margen para seguir haciendo historia (de la mala) en el mundo de los drones. Y es que a veces es difícil estar al tanto de absolutamente todo en este mundo tan dinámico y cambiante.
Pues bien, la historia de Lily continuó. El mayor motivo para no seguir hablando de esta segunda parte en el vídeo fue que este dron se desarrollaba a manos de otra compañía, con especificaciones y promesas bastante diferentes, por lo que suponía un punto y aparte muy conveniente.
Las nuevas promesas de Lily
A finales de 2017, casi un año después de que los creadores originales del Lily Camera anunciaran la cancelación del proyecto, una empresa relativamente desconocida llamada Mota Group adquirió los derechos de Lily con la idea de rediseñarlo y relanzarlo aprovechando el infructífero tirón que había tenido el Lily original. Desde Mota Group se contactó con todos los que habían apoyado el crowdfunding o precomprado el Lily original y se les ofreció el nuevo Lily al precio que ya habían pagado, adornándolo con una serie de extras para seducir, una vez más, a una audiencia a priori perdida.
Este nuevo Lily era un dron bastante más tradicional que el original, que compartía con éste algunos elementos estéticos. En todos los demás aspectos, era un dron diseñado desde cero, pero con características técnicas bastante discretas:
Ofrecía un tiempo de vuelo de entre 16 y 20 minutos por batería. No era ninguna pasada, pero por lo menos ahora la batería era extraíble y no condenaba al usuario a dejar el dron inutilizado tras un solo vuelo.
Se controlaba a través de smartphone por Wifi, como otros modelos que ya conocemos y con las limitaciones de distancia que esto conlleva, pero con una app propietaria que no siempre funcionaba.
Para terminar, la ausencia total de sensores anticolisión dejaban a este dron en un lugar no demasiado privilegiado frente a otros de su mismo rango de precio.
No todo era malo, por supuesto, ya que el Lily Next Gen pudo colgarse una medallita que su predecesor nunca consiguió: fue real y llegó a sus compradores. Por desgracia, las celebraciones terminan aquí, puesto que a veces olvidamos algo banal pero imprescindible: las responsabilidades de un fabricante no terminan con la venta de un producto.
Una compañía desaparecida
Para empezar, muchos clientes reportaron que no habían recibido el pack completo prometido, faltando controles remotos o baterías extra. Esto es algo bastante negativo pero casi entendible en determinados contextos, y con una solución relativamente sencilla.
Lo peor es que el servicio de atención al cliente dejó prácticamente tirados a quienes reclamaban que no habían recibido sus pedidos completos, y tomó la callada por respuesta hacia los compradores que tras recibir el dron reportaron fallos que en teoría deberían haber sido cubiertos por la garantía.
Por desgracia no tenemos mucha más información sobre esta secuela del Lily. Si ahora intentas acceder a la web de Mota Group, verás que no está disponible, y parece que en sus redes sociales no se registra actividad alguna desde 2018. Parece como si la compañía hubiera decidido disolverse dejando el menor rastro posible.
Si bien es cierto que en este caso el dron fue real y llegó a sus compradores, tampoco se puede decir que el resultado final fuera demasiado halagüeño: un dron mediocre, peor que otros drones de la competencia en su rango de precios, que se las apañó para dejar de nuevo un reguero de damnificados. Sólo podemos esperar que el nombre Lily pronto caiga en el olvido y no siga alimentando de capítulos la que ya se ha convertido en una de las leyendas negras de la historia de los drones.
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