Investigadores de la Universidad de Tel Aviv, en Israel, anunciaron en abril de 2019 su experimento, un corazón impreso en 3D. Este hallazgo, supone, en palabras de los propios investigadores “a major medical breackthrough” (un gran avance médico).
Este corazón fue impreso a partir de células humanas y material biológico del propio paciente, y contiene ventrículos, cámaras y vasos sanguíneos necesarios para el bombeo de la sangre.
Y es que, hasta la fecha, los avances en materia de biología e impresión 3D, sólo habían tenido éxito en estructuras simples, más concretamente en “tejidos simples sin vasos sanguíneos” como dicen desde el equipo de investigación de la Universidad de Tel Aviv.
Si bien el corazón impreso es pequeño (no lo suficientemente grande como para ser trasplantado a un humano), hay que tener en cuenta que, para imprimir un corazón funcional como éste, a tamaño humano, se requiere de la misma tecnología utilizada en esta investigación.
Por lo que todo apunta a que sí, podemos estar hablando del primer gran paso para la impresión 3D de órganos funcionales, que, al ser creados con las propias células del paciente, erradiquen el rechazo de los órganos trasplantados.
Por su parte, el profesor Tal Dvir, Investigador principal a cargo del proyecto, recalca que se necesitará de más desarrollo e investigación para hacer este proceso totalmente funcional, y para llegar a crear órganos 100% trasplantables.
Tal Dvir también afirma que otros órganos menos complejos que el corazón, podrían producirse antes para uso humano, y espera que, en unos 10 años, esta tecnología esté en los mejores hospitales del mundo.
Su equipo, además, tiene previsto trasplantar a lo largo del próximo año, modelos de corazón diseñados para animales.
Lo cierto es, que aún quedan muchos retos por superar para el futuro, para hacer de la bioimpresión 3D una realidad, capaz de crear y trasplantar corazones con tejido humano. Uno de esos retos es conseguir que los corazones impresos se “comporten” como los reales. En este proyecto, las células son capaces de contraerse, pero aún no tienen la capacidad de bombear.
El artículo completo fue publicado en la revista Advanced Science.
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