Muchos consideran que la era del ser humano está cerca de terminar. Tras siglos de dominación y superación, nos enfrentamos a un futuro en el que podremos ser reemplazados por algo más inteligente, fuerte y habilidoso que nosotros. Frente a la perspectiva que la robótica, la inteligencia artificial, la automatización y las nuevas tecnologías marcan, muchos piensan que nos enfrentamos a una eventual obsolescencia humana.
Diversos cambios en la estructura de la sociedad nos han llevado a este punto. Filósofos y científicos comienzan a debatirse si nos acercamos al fin de la vida útil del ser humano o si, por el contrario, el humano podrá adaptarse y prevalecer a los cambios sociales y económicos que se avecinan. En Futuro Eléctrico te contamos en qué consiste el debate.
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¿Por qué se habla de obsolescencia humana?
La conversación sobre obsolescencia humana programada no se reduce a los últimos años. Desde hace más de cinco décadas se ha debatido este tema. La idea va unida a ciertas dinámicas económicas, cambios culturales y estructuras sociales, todo en un complejo conjunto que ha sido debatido por J. M. Naredo, Karl Marx, Martin Heidegger, Karl Jaspers, Günther Anders y más.
¿Por dónde empezar este recorrido? El mejor punto de partida podría ser el inicio de la deshumanización de las personas. Según los teóricos, comenzó bajo la idea del capital natural y capital humano. Dos conceptos que, aunque parecen validar la naturaleza y al hombre, realmente lo que valoran es al capital. Esto ha contribuido a su reducción y, finalmente, su concepción como sustituible y eliminable.
Este proceso se ve marcado en la evolución de la economía. En el inicio, encontramos la primicia de la naturaleza con su reconocimiento y cuidado. Esto avanza en una etapa de colaboración entre naturaleza y trabajo. «La naturaleza es la madre de la riqueza y el trabajo es el padre», decía William Petty. Y luego llega una etapa de desprecio a la naturaleza, donde se considera que el trabajo la puede sustituir. Así, comienza la concepción del ser humano como recurso económico. Es decir, como capital humano y su reducción como material utilizable.
Bajo esta línea, Martin Heidegger en su artículo Vorträge und Aufsätze analiza cómo esta reducción va unida al triunfo de la técnica y la voluntad de poder. Así, el ser humano se vuelve un producto y el trabajo se devalúa bajo la técnica y la automatización. Crece la perspectiva cuantitativa y más sectores de la sociedad se convierten en desechos.
Bajo esta perspectiva, el Homo sapiens emprende su camino a la caducidad. Es decir, comienza a plantearse la obsolescencia humana.
La pérdida de la dignidad humana y sus consecuencias
En 1956, Günther Anders publicó Die Antiquiertheit des Menschen (La obsolescencia del hombre). Allí, planteaba el surgimiento de una envidia de la perfección de las máquinas, todo esto producto del cambio de sentido de lo humano y su reducción como producto.
La envidia hacia las máquinas surge por un complejo de inferioridad ante su eficiencia y velocidad. Inicia contra el futurismo y la cibernética y, hoy en día, se manifiesta ante la inteligencia artificial. Frente a las capacidades y competencia de las máquinas, la valía del hombre disminuye y parece quedarse obsoleto. Surge lo que Anders denomina el «aborrecimiento del haber sido engendrado».
Günther Anders plantea la continua obsolescencia humana, debido a que el hombre empieza a medirse por la inmensidad del sistema tecnoeconómico. Sienten envidia de su velocidad y exactitud. Y, ante eso, lamenta su origen imperfecto, que provoca que se enferme, lesione, equivoque, canse y envejezca.
Si trata de profundizar en esta «vergüenza prometeica», me parece que su objeto fundamental, la «mancha fundamental» del que se avergüenza de sí mismo, es su origen […] se avergüenza de haber devenido en vez de haber sido fabricado, es decir, del hecho de que, a diferencia de los productos irreprochables y calculados hasta en el último detalle, debe su existencia al proceso ciego, no calculado y ancestral de la procreación y el nacimiento. Su deshonra consiste en su natum esse, en su bajo nacimiento, que él considera «bajo» […] por la sola razón de que es un nacimiento.
Bajo lo anterior, se comienza a buscar cómo superar el origen imperfecto del humano. Además, se trabaja para reducir o negar la diferencia entre el hombre y la inteligencia artificial. Y, así, se empieza a rozar la cuerda del transhumanismo.
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La digitalización y la pérdida de capacidades humanas
La digitalización del mundo ha jugado un papel fundamental en este camino hacia la obsolescencia humana. Byung-Chul Han escribió en su libro Lob der Erde. Eine Reise in den Garten:
Hoy todo se hace numerable para poder traducirlo al lenguaje del rendimiento y de la eficiencia. Además, el número hace que todo sea comparable. Lo único numerable es el rendimiento y la eficiencia. Así es como hoy todo lo que no es numerable deja de ser. Pero ser es un narrar y no numerar. El número carece de lenguaje, que es historia y recuerdo.
La sustitución de lo analógico por lo digital terminó de convertir la visión del mundo en cuantificable. Todo se mide en datos, y estos se acumulan en búsqueda de calidad. Bajo esta perspectiva, se pierde el sentido de la historia.
De esta forma, la fuerza laboral comienza a quedar obsoleta ante las nuevas herramientas digitales. La Cuarta Revolución Industrial trae velocidad, versatilidad y electricidad. Y estas características se oponen al pensar y la voluntad reflexiva humana, actividades que suelen ser pausadas.
Y, sin embargo, el desarrollo tecnológico no tiene posibilidad de retroceder o ralentizarse siquiera. Para Anders, es ahora un sujeto de la historia. Por lo tanto, ya no está bajo el poder del hombre controlarlo.
¿Cómo afecta la digitalización a los humanos?
Al mismo tiempo, surge una situación paradójica: entre más rendimiento tienen las máquinas, menor es el del humano. Para poner en un efecto simple, pensemos en los coches de conducción autónoma. A medida que puedan tomar más control del auto, se disminuye en los humanos la perspectiva de la conducción.
Es decir, se desconectan del acto de conducir y se convierten en observadores. Como consecuencia, es posible que se pierda la pericia física y mental que la experiencia proporciona. Este comportamiento se ha evidenciado en la aviación. Según Carr:
A medida que las máquinas se sofistican, el trabajo que les queda a las personas avanza en sentido inverso. Al relevarnos del ejercicio mental repetitivo, también nos revela del conocimiento profundo.
De esta forma, se genera una sobredependencia técnica que influye en la disminución de oportunidades de aprendizaje y desarrollo de habilidades; además de limitar la creatividad e investigación. ¿Por qué? Porque al depender de los datos y los números, los cálculos de las máquinas parecerán suficientes. Así, se disminuye la intención de correr riesgos y el interés por buscar explicaciones.
En consecuencia, se genera una falsa sensación de seguridad. El trabajador confía tanto en que la máquina trabajará a la perfección que deja su atención a la deriva. Así, puede perderse de las señales cuando algo va mal y olvidar las limitaciones de los algoritmos. La IA es práctica y productiva, pero carece del sentido real del mundo, una de sus principales desventajas.
Por lo tanto, los humanos pasamos de actores a observadores; perdemos la capacidad crítica y de reacción; reducimos nuestras posibilidades de aprender y adquirir experiencia; y tiene un costo cognitivo. A medida que crece, la tecnología contribuye a aumentar nuestra perspectiva de inferioridad y obsolescencia.
Obsolescencia humana: el horizonte posthumanístico
Al devaluarse lo humano al capital humano, que puede reemplazarse por otro capital, comenzó el camino para volver superfluos a los hombres. Ahora, nos enfrentamos a otros tipos de capital, esencialmente los productos. Estos productos pueden ser indefinidos, modificables y reconstruidos; dispuestos a adaptarse a situaciones y nuevas tareas.
En comparación, los humanos se plantean rígidos, con el mismo cuerpo toda la vida, similar al de sus antepasados. Así, comienza a considerarse como anticuado, obsoleto, conservador y no progresista. Para muchos, en particular la corriente transhumanista, se traduce en la inevitable obsolescencia del hombre. Y ésta se debe, en particular, a nuestro origen biológico y natural, como interpretó Anders. Si se acepta esta postura, la solución es, entonces, diseñarnos a nosotros mismos.
En otras palabras, el transhumanismo asegura que la solución ante nuestra caducidad es superar nuestra naturaleza biológica para ser más humanos. Así, argumenta que las modificaciones genéticas podrían acercarnos a nuestra humanidad en un sentido profundo y moral. Persson y Savulescu manifiestan:
No tenemos ninguna razón para lamentar cambios que nos harían no humanos en un sentido biológico. No hay nada especial o valioso en los seres humanos en el sentido biológico. Ser más ‘humano’ en el sentido normativo del término, en términos de las capacidades que otorgan a los miembros de nuestra especie un estatus y valor moral, puede requerir una evolución al posthumanismo.
Bajo esta perspectiva, el posthumanismo profesa una firme creencia tecnológica, destinada a ayudarnos a superar a la especie humana. Superar nuestra lenta evolución y llevarnos a una fase donde quede sujeta a nuestro control consciente. La manipulación genética, eugenesia, fusión con la tecnología, la creación de cyborgs, nanotecnología y transferencia de mentes al ordenador son algunos de los métodos que lo permitirían.
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Otras posturas frente a la obsolescencia humana
Para algunos, por el contrario, la solución a la obsolescencia humana no radica en la modificación y evolución del hombre, sino en la recuperación de su dignidad perdida. Heiddeger es uno de los que aborda esta perspectiva. En Carta sobre el Humanismo, afirma:
El hombre es más que hombre concebido como ser racional, en cuanto es menos que el hombre que se concibe desde la subjetividad. El hombre no es el déspota del ser. Es el guardián del ser. Con este ‘menos’ no pierde nada el hombre sino que gana porque llega a la verdad del ser.
De igual forma, Heiddeger habla de la necesidad de la escucha del ser y se debe completar la existencia como una búsqueda de madurez y no solo como algo que se extingue al morir. Es decir, para evitar caer en la obsolescencia humana, se debe primar a lo dado sobre lo construido. En este sentido, el realismo reconoce la realidad como regalo, sin importar el grado de debilidad. Philipp Dick y Gabriel Marcel son defensores de esta postura. Este último señaló:
La calidad sagrada del ser humano aparece con más claridad cuando nos acercamos al ser humano en su desnudez y en su debilidad, tal como lo encontramos en el niño, el anciano, el pobre.
De esta forma, Gabriel Garcel habla de que el saber humano es más que conocimiento, porque aporta sentido. Veinte años antes, el poeta T.S Eliot había escrito en su poema Choruses from The Rock:
«Where is the wisdom we have lost in knowledge? Where is the knowledge we have lost in infomation?»
Finalmente, retomamos a Günter Anders, que en su texto defiende la necesidad de un despertar real de las facultades. De esta forma, el deber de cada individuo es realizar «ejercicios de dilatación moral, hiperextensiones de sus habituales capacidades de fantasía y de sentimiento». En otras palabras, habla de superar la desmesura del mundo y la técnica que hemos creado y generar técnicas de autotransformación para no quedar excluidos.
Palabras finales
El camino hacia la obsolescencia humana es uno que llevamos recorriendo ya durante varios años. Es consecuencia no solo de los avances tecnológicos, sino de cambios sociales, culturales y económicos. Sin embargo, su dirección de destino no es tan clara como su origen.
Por ello, queremos saber tu opinión. ¿Nos acercamos a una inevitable obsolescencia humana? ¿El resultado será nuestra evolución y mejora más allá de lo biológico o un cambio de valores sociales?
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